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Ciudades amuralladas y pueblos blancos, torres almenadas, desiertos inabarcables, cordilleras legendarias, hermosas playas y montañas nevadas. Culturas milenarias. Misterio y magia. Así es Marruecos, la puerta a África, que se abre a una diversidad abrumadora. No es de extrañar que grandes artistas, como el pintor francés Henri Matisse, buscaran su luz, sus colores… un destino de contrastes, pero siempre capaz de sorprender, de cautivar.
Con un mar azul brillante como telón de fondo y el contraste de los dorados de las dunas del Sáhara, pasando por las montañas del Atlas, que se extienden por todo el país, Marruecos da cabida a muchas de las ciudades más fascinantes de todo el continente. La luz, el color, la vida de sus calles y plazas invita a seguir los pasos centenarios de nómadas y comerciantes hasta el corazón imperial de ciudades como Fez, siguiendo sus huellas a través de los laberintos de las medinas marroquíes que dejan escapar traviesos olores a almizcle. Vestigios que guían, también, a través de aromas y sabores a los zocos de lugares como la Ciudad Roja, Marrakech. Un rastro histórico que planea sobre los pintorescos puertos y el traqueteo de los pequeños barcos de Essaouira…
Disfrutar de Marruecos es también saborearle en sus terrazas panorámicas. Probar el cuscús y los aromas sutiles de una taza de té mientras la imaginación juega con ciudades blancas y azules que forman cascadas en sus laderas y que reflejan la confluencia de sus culturas. Costas decoradas con paredes pintadas de azul y techos de tejas rojas, oasis de tranquilidad con cierto aire, en ocasiones, a pueblo andaluz. Siempre, sin soltar la mano a sus profundas raíces, el país también se atreve a echar una mirada hacia el futuro, con fulgentes diseños urbanos que desvelan una nueva cara de Casablanca, de Rabat o de Tánger.
Existe, además, un Marruecos diferente, salvaje y cobrizo, donde la geografía se convierte en protagonista. Un lugar alejado de la algarabía de las medinas, de las babuchas y de los zocos. Un paisaje abrumador, formado por montañas majestuosas que separan dos mundos antagónicos: el Mediterráneo del norte y el Sáhara del sur; el mar de un lado y la nieve de temporada en el otro.
El Alto Atlas es el otro Marruecos, la cadena montañosa más alta del norte de África, por donde no han pasado los años y donde los cielos nocturnos y las vistas sobre bancos de nubes son el centro de la estética. Es el país de los bereberes, de su vida sencilla y silenciosa. Un oasis de pureza. Impregnarse de esta esquina del mundo es descansar los sueños bajo el manto de estrellas de un desierto. Una experiencia mágica y misteriosa bajo la Osa Mayor y la Vía Láctea; un cielo de estrellas fugaces repletas de deseos por volver a un país donde suena el tam-tam marroquí contando historias de sultanes y princesas.
Convivencia entre las kasbahs con sus arcos de adobe y otras calles teñidas de azul; paisajes verdes y fértiles que rozan otros silenciosos y feroces; oasis, palmeras y ciudades de barro que confluyen con vecinos puertos que tiran al mar sus redes de colores…
País de arte, cultura, naturaleza, gastronomía, patrimonio histórico… Del Mediterráneo al Sáhara, Marruecos, la puerta de África, es, sencillamente, apasionante.
Fuente: RV Edipress