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La magia de Michoacán no solo se encuentra en sus pueblos, en su generosa naturaleza, en su espléndido patrimonio monumental…, la gastronomía es también una parte fundamental del alma de estas tierras.
Cuna de la cocina tradicional mexicana y, al mismo tiempo, destino de vanguardia culinaria, Michoacán ofrece el aroma intenso de los guisos pausados, el asombro del descubrimiento, la nostalgia de sabores de antaño y la alegría de compartir los mejores momentos de la vida en la mesa. En cada hogar purépecha, la ‘parangua’ o cocina es un santuario donde cocineras tradicionales mantienen viva la herencia gastronómica cada día. Una comida arraigada en la identidad michoacana y la de todo México.
La cocina de Michoacán, excepcionalmente rica en variedad y calidad, y por declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, es uno de los tesoros más representativos de todos los que posee este estado mexicano. Una tradición trasmitida ‘a fuego lento’ de generación en generación. Las cocineras michoacanas mantienen viva la cultura gastronómica cuidando los ingredientes, las recetas y los rituales que cada día repiten, aprenden y trasmiten en las comunidades purépecha, en los pequeños pueblos y en las ciudades más importantes del estado.
Así, por ejemplo, en Santa Fe de la Laguna existe la oportunidad de aprender, de la mano de reconocidas cocineras locales, los secretos de los fogones de la región del Lago de Páztcuaro. Ahí se pesca, se cultivan milpas y se crían guajolotes. Ahí se muele en el metate, las salsas salen del molcajate y se tuesta en el comal. Ahí las ollas de barro presiden las cocinas y son símbolo de bienvenida a esta comunidad alfarera. Además, este fue el primer pueblo hospital de Michoacán y forma parte de la Ruta Don Vasco. Así es el universo íntimo de las comunidades purépecha, y siempre es un lujo poder estar junto a estas grandes cocineras, aprender de ellas, disfrutar del momento… y, por qué no, atreverse a hacer las tortillas en el comal.
Y es que hay muchos lugares donde charlar con las cocineras mientras se va degustando un menú que arranca con unos esquites o unos charalitos fritos. Le sigue un pescado blanco del lago con su salsa de jitomate; también un caldo de res que llaman churipo, con las tradicionales corundas, que son unos tamales de maíz envueltos en la hoja de la misma planta. Difícil elegir entre un mole de conejo, unos uchepos o unos tamalitos de elote tierno.
¿Algo de dulce?
La región en torno a Morelia, capital del estado y ciudad Patrimonio de la Humanidad, posee una larga tradición en la elaboración de dulces. El rey es el ‘ate moreliano’, que cuenta con una distinción de Denominación de Origen. Se trata de un dulce de membrillo elaborado con distintas recetas y frutos, como guayaba, pera, zapote, calabaza, tejocote, mango y manzana.
En el Mercado de Dulces y Artesanías de Morelia, se vive esta tradición confitera. Las tentaciones son múltiples. Además de los ates, es imprescindible probar las morelianas –crujientes de galletas– y el surtido de dulces tradicionales de fruta y leche, como camotes de frutas, huesos de leche, fruta cubierta, cocadas, rollos de guayaba, jamoncillos, borrachitos, merengues y el rompope, una bebida preparada con yemas de huevo, vainilla, canela, almendra molida, leche, azúcar, fécula de maíz y licor.
¿Qué hay que pedir en cada ciudad?
Michoacán tiene un sabor distinto en cada parada. En Morelia hay que probar los ates y gazpachos. En Pátzcuaro, las enchiladas placeras y la nieve de pasta, y en Uruapan la trucha. El ‘churipo con corundas’ reina en la Meseta Purépecha. En Santa Clara del Cobre, las tortas de tostada. En Quiroga y Tacámbaro, las carnitas; los chongos, en Zamora; la morisqueta de Tierra Caliente, los mariscos de la Costa y las barbacoas y conservas de fruta del País de la Monarca.
En definitiva, el estado de Michoacán es heredero de una deliciosa alquimia de siglos que espera al viajero a mesa puesta.
Fuente: RV Edipress
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