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Descubrir el interior de Gran Canaria supone descubrir el infinito encanto de la isla. En este sentido, el casco histórico de la villa de Agüimes es un entorno, envolvente y embriagador, capaz de cautivar a cualquiera.
La vida es un arte en Agüimes. Cada rincón de su casco histórico parece esculpido a golpe de cincel. Semejante esmero ha dado como resultado un singular entramado de calles, callejones, plazas y pasadizos donde la tradición se funde con la historia.
La fundición y la forja, de hecho, forman parte esencial del recorrido. El caminante se verá sorprendido por la presencia de una verdadera población de esculturas de tintes mágicos. El peculiar censo incluye a princesas aborígenes, camellos, burros e incluso intérpretes que dejan escapar notas musicales a través de su cuerpo de hierro. Las esculturas de Agüimes no hablan, pero en ocasiones suenan…
El escritor William Faulkner creía que el pasado permanece entre nosotros. En Agüimes lo saben. El acceso a uno de los edificios hoteleros conserva las elevadas puertas por las que entraban y salían unos animales que ayudaron a construir la vieja sociedad agrícola y ganadera. Los camellos ya no caminan sobre el empedrado, pero sus pasos todavía resuenan en la memoria de esta singular villa de Gran Canaria. En la misma línea, los viejos alpendres han sido reconvertidos en restaurantes.
Las casas son propias de un cuento, pero de un cuento Atlántico y en una tierra soleada. El refinamiento y buen gusto de los artesanos al servicio de las mayores fortunas de Agüimes permitieron levantar viviendas donde cada ventana y cada remate vuelven a ser un canto al arte de estar en el mundo. En este caso, en un enclave privilegiado del sureste de Gran Canaria.
La decidida apuesta de Agüimes por la belleza alcanza su sublimación en el templo parroquial de San Sebastián, monumento de porte catedralicio declarado Monumento Histórico Nacional y cuya fachada supone una de las muestras más valiosas del neoclasicismo canario. Además, cobija en su interior obras de destacados imagineros que alumbraron siglos atrás la senda hacia la armonía de las formas.
Pero Agüimes es muchísimo más que un bonito envoltorio donde hasta los veroles que afloran en algunos tejados parecen puestos allí de manera intencionada. La villa tiene personalidad. Y también mucho sabor. Del bronce de algunas de las esculturas pasamos al oro, líquido en este caso, porque aquí se puede probar y comprar el delicioso aceite extra procedente de los olivos de Temisas, así como catar los preciados vinos de la zona, adscritos a la Denominación de Origen Gran Canaria.
Del mismo modo, la tradición artesana de la villa se manifiesta en todas sus expresiones: desde la delicadeza y minuciosidad necesaria para hacer un calado hasta la fuerza y precisión propia de la cantería, el mismo ímpetu que levantó el templo de San Sebastián.
De cuando en cuando las calles se retuercen deparando nuevas sorpresas tras el recodo. A veces, y de modo imprevisto, vuelve a emerger en el cielo azul la silueta de la iglesia de San Sebastián, haciendo labores de faro de interior para marineros en tierra. Precisamente al final de la calle Sebastián Morales se encuentra un mirador que regala una vista extraordinaria del barranco de Guayadeque, que parece pedir a gritos que te acerques a conocerlo en profundidad. Aunque ésta ya es otra historia.